Testimoníos

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  • #1

    dCabeza (jueves, 16 junio 2016 13:02)

    He vivido durante tanto tiempo en la oscuridad… En el más bullicioso y clamoroso de los silencios. Viendo la vida pasar. Ajena. Ajena al paso del tiempo, ajena al amor hacia mi verdadero ser, ajena a cuanto me ha rodeado durante todos estos años. Sin energía, sin vitalidad, sin ganas de luchar por nada ni por nadie. En un confortable estado de embriaguez. Sometida al yugo de mi ego y mi miseria. Absolutamente desconcertada, inmersa en el caos y firmemente convencida de que nada, y digo nada, tenía sentido.
    Incapaz de luchar, de percibir la luz o el color, de sentir eso que llaman libertad, de disfrutar del bullicio de estas u otras calles… Incapaz de dibujar una sonrisa en mi rostro o en el tuyo. Ni de mirarte a los ojos, sin la venda de la culpabilidad.
    Ha sido tan incierto el camino… Nada ni nadie, ninguna divinidad ni ninguna fuerza creadora inspiraron mis días. Y es que, al amparo de las circunstancias y del convencimiento de que yo –ni mi cuerpo ni mi mente- no soy ni he sido responsable de mis actos. Ni del sufrimiento ajeno. Ni de las lágrimas derramadas. Ni de los sentimientos reprimidos.
    ¿He despertado, quizá, a mi conciencia? ¿Has sido tú, fuerza creadora? ¿Estoy descubriendo a este otro ser que habitaba en mi efímero cuerpo? ¿Es solo un estado de mi imaginación? Puede que sí o puede que no… ¿Quién sabe? ¿Quién tiene la respuesta?
    Nace de mí, como podía haber sido siempre –y nunca fue- la añorada paz para mis días. La embriagadora y cautivadora belleza de la palabra y el verbo se funden en un abrazo con mi ser, con mi verdadero ser y, ahora, son solo uno. Libre. Libre al fin. De remordimientos y mordazas. Transformada en mariposa. En movimiento. En un movimiento universal. Creciendo y descubriendo la belleza que esconden aquellas otras almas que se saben plenas. Y que, con su puño y letra, ensalzan la libertad como ente inspirador. Y ya no hay cuerpo. Ni enfermedad. Ni sufrimiento. Ni muerte… Todo ha sido fruto de mi enajenación y de la exaltación de lo superficial.
    Maduro al amparo de mi ser creador. Y puedo sentir que solo soy energía. Y sueño. Y viajo hacia algún lugar desconocido en el que solo soy Yo. Tabula rasa. Manantial de vida. Un caudal de fuerza que todo lo puede. Y que ya no se rinde.
    ¿Soy yo quien susurra esto o eres tú, naturaleza..? ¿Estás ahí, espíritu? ¿Puedes oírme? ¿Puedes sentirme? ¿Tiene sentido algo de todo esto? Cauto y paciente, ¿ha sido realmente tan ciego el dolor? ¿En qué me ha convertido el miedo? ¡Quítate la máscara! ¡Desnúdate ante mí! Y baila. Y grita. Y solloza. Y siente el aire que acaricia tus mejillas.

  • #2

    dCabeza (miércoles, 07 septiembre 2016 11:04)

    A propósito de Dios…
    Dios, aquel ser destructor que no atendía mis ruegos.
    Ese ser que, como a su mismísimo hijo, me había abandonado a mi suerte.
    Ese ser vengativo y justiciero que me afanaba en negar, como buena atea irritada y afligida. Como si negar a Dios no fuera también (re)afirmar su existencia.
    Dios, aquel ser creador afanado en infligirme no sé qué castigos; y al que, sin embargo, me encomendaba una y otra vez, en un bucle infinito, para que atendiera mis súplicas, cuando menos, mis exigencias.
    Solo él podía tener claro sus designios y cuanto había concebido para mí; sea cual sea su voluntad.
    Dios, o el soñador soñado. Creador y guionista de esta vida que transcurre como una mera proyección de mi/su mente.
    Dios, el gran hermano de George Orwell, observador que mueve sus hilos sin salirse, siquiera un ápice, de su guion.
    Porque así es Dios en mi mente, fruto de nuestra común creación; Él existe en mí, como yo existo en Él. (Nos necesitamos.) ¿Acaso no hubo nunca separación?
    Reconocerme ante Dios es volver al Origen, a la fuente de creación, al Amor universal, al eterno movimiento.
    Dios ya no existe para castigarme, porque Dios está libre de todo juicio.
    Solo yo soy quien me condené y me infligí el castigo, cuando, a penas sin nacer, ya decidí separarme. Solo yo infligí la condena.
    Huyendo de Dios, como alma que lleva el diablo… Ahora sé que temía su juicio. Miedo al juicio final.
    Ahora, y solo ahora, he dejado de intentar comprender la existencia de Dios ni de ninguna otra fuente de creación; rendida ante la evidencia de que, sin casi pensarlo, todos mis pasos me llevan a Él.
    Me pregunto, incluso, si no será Él quien dicta estas palabras…

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